miércoles, noviembre 30, 2011

Teorizar acerca de logotipos (parte II)


Esto nos conduce a analizar el mensaje: según la teoría de la comunicación– éste es una unidad de conocimiento o de información que se materializa gracias a un conjunto de signos comunes a ambos comunicantes, perceptibles y memorizables por el receptor y que se articulan entre sí para transmitir significados más complejos.
Si adaptamos este concepto al tema de la identidad visual entonces hablamos de los rasgos físicos exclusivos organizados entre sí de manera sistemática para comunicar significados compuestos (complejos) y que al operar en conjunto transmiten una imagen global del emisor, que se complementa en cierta medida con la percepción del receptor.
Ya se puede sospechar por dónde va este texto: a medida en que se fortalezcan (y se exploten) los rasgos que identifican a la entidad y que resulten comunes en uno y otro, emisor y receptor, el mensaje que se transmita contendrá más elementos que propicien la identificación por parte del receptor y que optimizarán la imagen de identidad que pretende comunicar el emisor. Como la identidad que percibe el receptor lo induce a suponer que lo que identifica “es idéntico a sí mismo” (unicidad) entonces tenderá a asumir que se encuentra frente a una verdad: para el público receptor, la imagen que se hace de una empresa es su “verdadera” identidad. Los rasgos que evidencian la identidad de una entidad deben provocar que el receptor recuerde a esa entidad, que la observe (que la piense) incluso cuando no esté presente de manera física. El estímulo visual, por ende, debe ser sumamente significativo para que sea aprehendido y enunciado por el receptor, es decir, debe implantarse en su memoria por medio de la empatía, que conducirá a la identificación. Las imágenes de identidad que caen en los estereotipos (tópicos) no producen tantos estímulos como lo hacen aquellas que ofrecen una gama más amplia de significados: las que nos cuestionan y nos arrebatan, las que nos abren una panorama de conceptos más complejo, pero al mismo tiempo fáciles de comprender. Una identidad basada en su mayor parte en un cliché resulta, a la postre, insulsa y vacía: no existe ahí el concepto de unicidad: Un receptor que se enfrenta a una imagen de identidad que ya ha visto antes, o que se parece a otra en su esencia termina por almacenarla en un gran cajón donde caben todas las identidades similares. (CONTINUARÁ...)

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